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2.  LA CONSOLIDACIÓN DEL ESTADO FRANQUISTA

2.1. La dictadura tecnocrática

El aperturismo político que se inició con el tratado de cooperación con EEUU y la admisión de España en la ONU requería cambios ministeriales que Franco emprendió en 1957, cuando se incorporaron los ministros del Opus Dei, Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres, los llamados “tecnócratas”, jóvenes de formación universitaria, de ideología muy conservadora pero que se presentaban más como técnicos que como políticos. De su mano se reformó la administración pública, buscando mayor eficacia y racionalidad, y se inició el aperturismo económico.

La “democracia orgánica”. Las medidas legislativas oscilaron entre las tímidas reformas y el inmovilismo. Así, en 1958 se aprobó la Ley de Principios del Movimiento y en 1967 la Ley Orgánica del Estado, últimas leyes Fundamentales del franquismo y que corroboraban los principios ideológicos y de funcionamiento del régimen, autodenominado “democracia orgánica”.  Por esta última se introdujo en las Cortes el “tercio de familias”: procuradores elegidos directamente por los cabezas de familia a razón de dos por provincia.
Al mismo tiempo, la
Ley de Prensa (1966, aprobada siendo Manuel Fraga ministro de Información y Turismo)  eliminó la censura previa, aunque los periodistas podían ser condenados por sus opiniones y los periódicos cerrados; la Ley de Libertades Religiosas (1967) reconocía la existencia de otras confesiones religiosas, sin eliminar los privilegios de la Iglesia católica; la Ley de Educación (1970) extendió la enseñanza obligatoria hasta los 14 años. Además, en 1969 D. Juan Carlos fue nombrado sucesor de Franco en virtud de la Ley de Sucesión de 1947. Supuestamente todo quedaba “atado y bien atado” para un futuro sin Franco.

2.2. El desarrollismo económico

El Plan de Estabilización de 1959. El aperturismo político y las consecuencias negativas de la autarquía (inflación, balanza de pagos deficitaria y carencia de divisas)  hacían insostenible la situación económica del país, al borde de la bancarrota. Los nuevos ministros del Franco se propusieron sustituir el intervencionismo económico fascista por la economía de mercado. Con ese objetivo se aprobó el Plan de Estabilización en 1959, por el que se eliminaban las trabas a la importación y al comercio, buscando el equilibrio de la balanza de pagos y la atracción de capitales externos. Estuvo precedido por un conjunto de Medidas Previas (1957) para frenar la inflación y abrirse al mercado exterior consistentes en la devaluación, la congelación salarial y el control del gasto público. Los resultados inmediatos provocaron una recesión al reducirse la renta de los trabajadores y aumentar el paro -muchas empresas cerraron al no poder asumir la modernización-. Pero desde 1961 el relanzamiento económico era patente, viviendo el país uno de los procesos de crecimiento más acelerados de nuestra historia: “el milagro español”. En menos de diez años España pasó de ser un país agrario a situarse entre las diez potencias industriales.

Las bases del crecimiento económico. No obstante, el principal factor de crecimiento fue la llegada al país de un importante contingente de divisas que permitió equilibrar la balanza de pagos y cuyas tres fuentes de procedencia eran la emigración, el turismo y la inversión extranjera. La primera se había incrementado con los efectos inmediatos del Plan de Estabilización; la crisis y el paro encontraron salida en la emigración a una Europa necesitada de mano de obra barata y sin cualificar. En cuanto al capital extranjero, acudía atraído por los bajos salarios y la desmovilización de los obreros españoles, que aseguraba la total ausencia de conflictividad laboral, además de la permisividad de la legislación española en materia de contaminación. Como se ve, las principales bases del desarrollo español eran externas.

Sectores económicos. La industria española experimentó un gran crecimiento, pasando a ser un país exportador. La siderurgia y metalurgia, química, naval, la producción de electrodomésticos y automóviles, fueron las ramas industriales más importantes. Para planificar este crecimiento se crearon los Planes de Desarrollo, dirigidos por Laureano López Rodó, en vigor entre 1964 y 1975; y los Polos de Desarrollo. Estos últimos,  creados con la finalidad de reducir los desequilibrios territoriales, establecían zonas en las que se potenciaba el asentamiento de industrias mediante incentivos y rebajas fiscales. Zaragoza, Valladolid, Valencia, Sevilla, Málaga, etc., tuvieron esta consideración para distribuir la industrial fuera de Cataluña y el País Vasco. Sin embargo, no se cumplieron los objetivos ni se corrigieron esos desequilibrios; además, el sector industrial centró todos los esfuerzos en detrimento de la agricultura y los servicios, y el impulso desarrollista no tuvo en cuenta el deterioro del medioambiente, las condiciones laborales abusivas o el derroche de energías. 
En el
sector servicios, además del desarrollo del comercio, la banca y la administración, el turismo fue la actividad más importante. Los turistas empezaron a acudir masivamente atraídos por el sol, las playas y, sobre todo, los precios de España, que acogía a los trabajadores europeos en sus vacaciones. A través de ellos llegaban las novedades que tanta repercusión social tendrían en nuestras costumbres: música moderna, “bikini”, moda, aperturismo moral, etc.
La
agricultura fue el sector más olvidado. Su atraso impulsó la emigración, lo que obligó a introducir, finalmente, la mecanización y a buscar técnicas de cultivo que incrementaran los beneficios. La concentración de la propiedad, fruto de esa misma emigración, y la producción para el mercado fueron otras importantes novedades. Si en 1950 la mitad de la población activa se ocupaba en la agricultura, veinte años después este sector representa una cuarta parte. Finalmente se había producido la “revolución agraria” en España.

2.3. Los cambios sociales

El desarrollo económico trajo consigo importantes cambios sociales. El crecimiento de la renta p. c., que en 1965 alcanzó los 1000 $, permitió el nacimiento de la sociedad de consumo. Los electrodomésticos entraron en las casas de la creciente clase media; las vacaciones, incluso el “seiscientos”, estuvieron al alcance de cada vez más familias, aunque el crecimiento económico no afectó por igual a todas las clases.
El desarrollo económico dio lugar a importantes
cambios demográficos. La mortalidad se contrajo al mejorar la alimentación y la atención sanitaria. La natalidad aumentó en el clima de optimismo que vivía el país, dando lugar a un alto crecimiento natural, alcanzándose en 1975 los 34 millones de habitantes.
La
estructura de la población activa también se vio afectada por el desarrollismo. De un país agrario se pasará a otro industrial. En este proceso tendrán una importancia primordial los movimientos migratorios, inducidos a su vez por el desarrollo económico. Dos millones de españoles emigraron a otros países, fundamentalmente Francia, Alemania y Suiza. Pero las migraciones interiores también fueron muy importantes: Madrid fue el primer foco de atracción, seguido de Cataluña, País Vasco y Valencia. Por el contrario, las regiones emisoras fueron Andalucía, las dos mesetas y Extremadura, seguidas de Galicia.
Este proceso migratorio supuso un acelerado proceso de
urbanización (en 1975 España tenía un 75% de población urbana) que afectó sobre todo a las áreas metropolitanas de las grandes ciudades. También crecieron los problemas sociales en estos barrios que habían surgido sin planificación alguna, carentes de servicios sociales mínimos y formados por colmenas impersonales, cuando no por chabolas o infravivienda de autoconstrucción.
La misma
sociedad española experimentó un profundo cambio en sus valores desde los años 60. Las costumbres se liberalizaron y se impusieron las modas y aires juveniles que llegaban a través del turismo, la emigración, el cine o la publicidad.  La práctica religiosa disminuyó y el rigorismo moral se relajó con la modernización que trajo el Concilio Vaticano II. La estructura social también se hizo más dinámica, aunque los mayores cambios afectaron a la clase media. En las clases bajas aumentó el número de los obreros industriales y mejoraron sus condiciones materiales. 
En cuanto a las mujeres, aun manteniendo una situación jurídica que las hacía dependientes del marido, dedicadas preferentemente a las labores del hogar y la maternidad, fueron incorporándose lentamente al mercado laboral, pese a que 1970 tan sólo representaban el 20% de la población activa.
Los cambios económicos y sociales vividos en los años 60 –mientras las estructuras políticas permanecían intactas-  condujeron inevitablemente a la crisis del régimen que, ya en los 70, vivió un acelerado proceso de descomposición al incrementarse la fuerza de la oposición social y política, la conflictividad laboral y aparecer el fenómeno terrorista.

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